Todos queremos ser felices, intentamos guiar nuestro rumbo diario a esa felicidad. Según nuestras creencias, expectativas y nuestra propia manera de ver el mundo vamos a la búsqueda de nuestro bienestar emocional y físico. Para unos ganar dinero les genera felicidad, para otros disfrutar del tiempo de ocio, para otros la risa de su hijo y así una interminable lista de cuestiones que, a modo personal, pueden llevarnos a la felicidad.
El auge de la tendencia a experimentar solamente emociones positivas hace que dejemos de lado las emociones negativas, sintiéndonos mal si las experimentamos.
Ríos de tinta se han escrito sobre la felicidad, el bienestar, la alegría, la gratitud, la diversión, el amor, pero poco se ha hablado de las emociones negativas y del valor adaptativo y evolutivo que tienen por ejemplo la tristeza, la ira, la culpa o la vergüenza.
¿Debo sentirme mal conmigo mismo si estoy triste? ¿Qué función tiene esa tristeza? ¿Cómo me ayuda a la supervivencia? ¿Y si lo que siento es rabia? ¿Qué utilidad tiene esta sensación?
Antes de adentrarnos en el campo emocional, explicaremos qué son las emociones.
Las emociones son la manera cómo sentimos, aquello que experimentamos a nivel subjetivo influido por procesos internos, acontecimientos externos, actitudes y creencias. Esta reacción al entorno viene influida por cambios orgánicos, tanto fisiológicos como endocrinos.
A nivel fisiológico las emociones están situadas en varias zonas del cerebro. Las respuestas cognitivas se sitúan en el lóbulo frontal, principalmente en el área prefrontal. La amígdala es la zona por excelencia relacionada con las emociones. Tiene la forma y el tamaño de una almendra y su estimulación eléctrica directa en humanos lleva a conductas de miedo y aprensión. El sistema nervioso autónomo se encarga de la activación fisiológica de la persona, es un mecanismo primitivo de supervivencia. Ante una percepción de amenaza se activaría el sistema autónomo simpático y la persona reaccionaría con aumento de la respiración y del ritmo cardíaco, dilatación de pupilas y aumento de la hormona del estrés. Ante una situación relajante en la que no se percibe una amenaza el cuerpo activa el sistema nervioso parasimpático que hace ralentizar el ritmo del corazón y de la respiración, las pupilas se contraen y disminuye la hormona del estrés.
Si las emociones se muestran de manera congruente a las situaciones que la motivan, con una intensidad manejable y durante un espacio de tiempo razonable, nos están diciendo cosas que debemos escuchar.
Pero claro, ¿Cómo podemos controlar una sensación, que se manifiesta de manera “impulsiva”?
La flexibilidad emocional es la clave para sentirnos mejor, para manifestar nuestras emociones negativas sin perder la razón y de manera racional, debemos usar la ira funcional, adaptada y manteniendo el control. No caer en el reproche fácil o el insulto. Conocer la respuesta a nuestras emociones hará que sepamos adaptarlas y controlarlas sin perder los papeles.
Recuerdo mis primeros días de clase en la facultad de Psicología de la Autónoma de Barcelona allá para el año dos mil ocho y las sabias palabras de mi profesora Jenny Moix cuando nos decía que “hay que tratar a nuestros pensamientos como huéspedes de nuestra cabeza”, permitiéndome estar un día triste, pero al término de esta jornada, prepare las maletas a este estado de ánimo y a este pensamiento que lo alimenta y lo saque fuera de mi cabeza.
Aquella metáfora ayuda a comprender el valor adaptativo y evolutivo que tienen las emociones negativas, el poder transformador de éstas. Nadie puede ser feliz sin ser consciente que en otro momento de su vida tuvo momentos de sufrimiento. El efecto liberador que tiene el llanto, el valor de las horas de soledad. En definitiva, las emociones negativas nos ayudan en el aprendizaje y crecimiento personal. Gestionar bien la tristeza, por ejemplo, nos sirve para recibir ayuda de los demás y tenernos compasión, libera el dolor y nos ayuda en el crecimiento postraumático. La ansiedad nos sirve para motivarnos y encaminarnos al cambio, nos otorga prudencia al nuevo acontecimiento. La ira o rabia puede darnos la fuerza que necesitamos para resolver muchas situaciones, nos enseña cuando una acción es mala, nos arma de pruebas ante una conducta inmoral, permite actuar y reconocer personas y situaciones tóxicas. La culpa nos ayuda con la moralidad, a aprender a no repetir conductas no adaptativas. La envidia, el aburrimiento, la soledad o el sufrimiento tienen su parte positiva dentro de las mal llamadas emociones negativas, no debemos inhibirlas constantemente porque podemos llegar a crear problemas de gestión emocional.
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